Si quieres intimidad, vete a tu cuarto

Desde 2006, Laura Poitras ha sido detenida en más de 40 ocasiones en los aeropuertos norteamericanos

El hecho de que se produzcan casi a diario revelaciones sobre programas del Gobierno estadounidense para espiar a autoridades tanto nacionales como extranjeras, así como los correos electrónicos y las comunicaciones a través de los teléfonos móviles de particulares, hace que uno se pare y se lo piense dos veces antes de salir de casa.

Los japoneses, que fueron pioneros de la revolución tecnológica con sus eficientes empresas electrónicas, están por delante del resto del mundo una vez más.

The Times informaba en 2006 sobre adolescentes japoneses que pasaban hasta 23 horas diarias en su habitación. Durante días, semanas e incluso años seguidos. Desde entonces, un reguero constante de noticias ha detallado los largos periodos de cuarentena de estos chicos y hombres, algunos de los cuales han pasado una década o más encerrados entre cuatro paredes.

Se llama hikkomori. La traducción literal es “retirarse al interior, estar confinado”, y como informaba la BBC en julio, hay millones de japoneses que se han encerrado; la media de edad de los que se retiran ha pasado de 21 a 32 años en las dos últimas décadas.

Si estas personas encerradas conociesen la última tecnología de reconocimiento facial en la que las agencias estadounidenses están trabajando, todo podría tener sentido. El Departamento de Seguridad Nacional de Estados Unidos avanza en el desarrollo de una herramienta informática conocida como Sistema de Vigilancia Óptica Biométrica, escribe en The Times la abogada Ginger McCall, defensora de la privacidad.

McCall opina que, aunque estos sistemas tienen ventajas para los organismos policiales, se prestan a excesos. La tecnología, asegura, facilita mucho la identificación y el seguimiento de personas consideradas una amenaza, real o imaginaria, y permite a los funcionarios “seguir los movimientos de examantes o de rivales. Pero la extralimitación convierte a menudo los programas para luchar contra la delincuencia en instrumentos de abuso”. McCall recomienda supervisar esta tecnología para “proteger las libertades civiles”.

Ese objetivo puede parecer ingenuo, especialmente en una época en la que hay cámaras en las zonas urbanas de todo el mundo y en la que una entrada de Facebook o una búsqueda de Google basta para conocer las actividades e inclinaciones personales de mucha gente.

Laura Poitras, un personaje menos conocido que Edward Snowden, usa un programa codificado para proteger sus datos y su información personal en Internet. Poitras empezó a investigar los programas de vigilancia del Gobierno de Washington antes de que llegase Snowden, y ha hecho documentales sobre la guerra de Irak y sobre un preso yemení en Guantánamo. Glenn Greenwald, el periodista de The Guardian que sacó a la luz la historia de Snowden, es casi tan conocido como su fuente, pero fue Poitras quien se puso en contacto con él y grabó el vídeo en Hong Kong en el que este desvelaba sus informaciones.

Sus esfuerzos por mantenerse en segundo plano no la han ayudado, especialmente cuando viaja. Desde 2006, ha sido detenida en más de 40 ocasiones en los aeropuertos de EE UU. “Es muy intimidante que unas personas con armas te estén esperando cuando bajas de un avión”, confiesa a The Times. Nunca le han explicado el motivo por el cual está en una lista de vigilancia. “No me han dicho nada, no me han preguntado nada y no he hecho nada”, asegura Poitras. “Es kafkiano: nadie te dice nunca de qué te acusan”.

Fuente: El País

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