Cultura libre, ¿pero vale todo?

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En la época más complicada para la actividad cultural, con impuestos que restringen su acceso y un desencanto generalizado por parte de agentes y público, varios colectivos en todo el mundo apuestan y trabajan convencidos de que es posible aunar los derechos del autor y el disfrute democrático de los bienes culturales. Ahora es preciso desmarcarse para no inducir a la confusión, porque el término ‘cultura libre’ no es ni mucho menos una excusa para “el todo vale”, va más allá.

En plena pugna europea por frenar la – parece que imparable – negociación sobre el acuerdo de libre comercio de la UE con Estados Unidos respecto a la industria cinematográfica, lo que dejaría desprotegido al sector nacional frente al gran gigante del séptimo arte, parece un buen momento para pararse a reflexionar sobre el concepto de ‘cultura libre’ y si bajo este término se pueden englobar toda clase de tropelías que vayan contra la pequeña producción o si, al contrario, es posible ampararse en él precisamente para evitar un monopolio indeseado. Porque qué es la ‘cultura libre’, ¿debemos entenderla como un pretexto para “el todo vale”? Aunque la asociación con la libertad de empresa es inevitable, existen en la actualidad cada vez más agentes culturales que se están encargando de reacuñar la expresión y adaptarla a una necesidad de otros tintes: la de proteger al creador de la obra frente a quienes quieren explotarla injustamente, sin respetar sus derechos. Ahora la ‘cultura libre’ tiene más que ver con ayudar al autor antes que a la empresa y sus intereses de negocio.

Porque, vamos a ser honestos, aquí a todos nos gusta mirarnos el ombligo: a la industria porque genera el intercambio y se cree con el derecho de repartir el pastel a su gusto; al usuario, el público de toda la vida, vaya, porque a ninguno le sobra el dinero y es más que lícito administrarlo bien, que el consumo cultural está por las nubes… y así sucesivamente, hasta llegar al creador, que muchas veces recibe el último y mal, aunque así no es la vida. No debería. Que para algo están los derechos de autor, ¿o se nos han olvidado?

Pero además de lo que recoge la ley, que es también muchas veces quien hace la trampa, se han alzado en armas los teóricos de un nuevo modelo de ‘negocio’ cultural, entre ellos, claro, el abogado estadounidense Lawrence Lessig, una especie de mesías que ha venido a librarnos de los abusos del copyright y del imperativo “todos los derechos reservados”, apostando por un enfoque más democrático que nos permita a todos disfrutar de los productos culturales con mayor libertad y sin agraviar el reconocimiento y la recompensa del cineasta, el escritor o el fotógrafo autores de una determinada obra.

En la línea del software libre y con la libertad de conocimiento como estandarte, surgen las licencias creative commons, el copyleft, las polémicas redes peer-to-peer (P2P) y todo lo que aspira, en fin, al dominio público de los contenidos culturales. Retomando la pregunta del primer párrafo, el “todo vale” que se le puede presuponer a la ‘cultura libre’ es precisamente el argumento de muchos empresarios acomodados en el viejo sistema, que ven peligrar su pastel de beneficios con esta repentina preocupación por el “ganemos todos”. En cualquier caso, los nuevos modelos de acceso a la cultura se imponen sin remedio sobre el arcaísmo de otras décadas, no hay más que echar un vistazo al reciclaje llevado a cabo por los bancos de imágenes online, que recientemente han incorporado a su oferta fotográfica categorías basadas en las licencias libres, los ya mencionados creative commons con sus diferentes restricciones y peticiones por parte del autor. O iniciativas destinadas al tráfico libre de literatura, con cada vez más librerías y locales especializados repartidos por el mundo en los que se aboga por el intercambio libre y el acceso gratuito a los libros.

Poco a poco, con mucha más persistencia de la que podamos percibir, lejos de las Cortes y tribunales europeos y de las pretensiones expansionistas de la industria de Hollywood, personas involucradas y convencidas están instaurando en nuestras sociedades una base sólida para que la cultura libre sea posible y beneficiosa para todos. Superando pretextos y rabietas, mirando a un futuro que intenta desmarcarse de autoritarismos y crisis económicas, deberíamos apoyarlos.

Fuente: Tic Beat

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